¿No
falta poco, muy poco tiempo, para que el Líbano se vuelva un vergel y el vergel
parezca un bosque? Aquel día, los sordos oirán las palabras del libros, los
ojos de los ciegos verán…(Is,
29-17-24).
Queridos
hermanos, la llegada del Señor es anunciada en las Sagradas Escrituras como una
revolución en términos cosmológicos, metafísicos y antropológicos. Todo el
universo se estremece desde los astros del cielo hasta el mismo niño que dentro
del vientre de Isabel salta de gozo y alegría al ser visitado por el Señor. La
visita del Señor lo revoluciona todo, nos cambia la vida, nos trasforma, los
sordos oyen, los ojos de los ciegos ven, los humildes se alegran porque se
acabaran los insolentes y tiranos. Su presencia rompe con el orden establecido
para establecer un nuevo orden y por eso quizá también nos desubica, nos
desorienta precisamente porque nuestros planes no son sus planes.
La Navidad, que
muy pronto celebraremos, nos desafía a dejarnos invadir por el Señor y dejarnos
cambiar por él. Los santos Padres de la Iglesia hablaban de la Encarnación como
έπιδημίά (que
etimológicamente significa enfermedad que afecta a todo el pueblo). El misterio
del nacimiento de Jesús interpretado de esta manera era vivido como una gran epidemia,
una contaminación divina y sus efectos eran considerados tan devastadores y
letales como los de una verdadera enfermedad. Mi deseo para esta navidad es que
nos dejemos contagiar del virus de Dios. Hagamos que Dios se “viralice”, se
expanda en nuestros corazones, en nuestras comunidades; que lo tome todo y lo
transforme todo. No nos resistamos a su epidemia de amor, de ternura, de
misericordia; dejémonos abrazar, devastar y arrasar por él; dejemos que Dios
haga su revolución en nuestro interior. No le tengamos miedo al cambio, a la
transformación, a la novedad de Dios, es mas, si sentimos que todas estas cosas
están sucediendo, si sentimos que nuestro corazón se revoluciona, alegrémonos
porque la hora ha llegado y el Señor ha comenzado a entrar en tu vida.
La Navidad
también nos recuerda que la divinización, la santidad comunitaria se alcanza
haciéndonos más humano. La epidemia se apropia de lo humano y lo transforma
desde adentro; toma contacto con la carne y se hace uno con ella. Seguir a
Jesús es seguirlo también en su encarnación, en este acto de desprendimiento,
anonadamiento, de kénosis, de entrega y donación; es seguirlo en esta
apropiación de lo humano para transformarlo todo. Su encarnación le ha
permitido salir de su mundo para ponerse en el lugar del otro y asumir su carne.
De esta manera se ha hecho solidario; se ha hecho el buen samaritano sensible a
las necesidades del hombre, a sus preocupaciones y anhelos. La Navidad, en este
sentido, es el tiempo para aprender, como Jesús, a ser más humanos, a ser más
sensibles y a comprometernos más con nuestros hermanos; la Navidad nos desafía a
dejar de pensar desde nuestros egoísmo para vivir en la caridad que sabe
anteponer las cosas comunes a las personales, que sabe de sacrificios, de
paciencia y de tolerancia, que sabe de dolor. Mi deseo es que la presencia de
Jesús en medio de nosotros nos haga más humanos, más fraternos y que la
epidemia del Señor haga de nuestras comunidades más humana, comunidades de
carne, más sensibles y fraternas. No me canso de repetir, nos dice el Papa
Francisco en su carta por el año de la Vida Consagrada, que la crítica, el
chisme, la envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho
a vivir en nuestras casas. Pero, sentada esta premisa, el camino de la caridad
que se abre ante nosotros es casi infinito, pues se trata de buscar la acogida
y la atención recíproca, de practicar la comunión de bienes materiales y
espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con los más débiles[1]...La
encarnación nos invita a hacer de la caridad nuestro camino. Vivamos, hermanos,
en la caridad; dejemos que ella, que está tocando a nuestras puertas, entre en
nuestras vidas y en nuestras casas; dejemos que el amor de Dios se derrame en
nuestros corazones como el rocío a la aurora. Sean, pues, hombres de comunión,
háganse presentes con decisión allí donde hay diferencias y tensiones, y sean
un signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la
pasión de que todos sean uno (cf. Jn 17,21). Vivan la mística del encuentro: la
capacidad de escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar
juntos el camino, el método…[2]
Deseo que el encuentro del Señor nos lleve a encontrarnos con nosotros mismos y
entre nosotros y a vivir esa mística del
encuentro que como el venida del Señor también nos cambia la vida, nos hace ver
las cosas de modo diferente porque ya no lo hacemos solamente desde nosotros
sino también desde la periferia desde donde el dolor de mi hermano es mi dolor,
su alegría es mi alegría, sus anhelos son los míos.
No
temas, yo vengo en tu ayuda. Tu eres un gusano, Jacob, eres una lombriz,
Israel, pero no temas, yo vengo en tu ayuda…(Is 41,13). Las palabras
del Profeta nos llenan de esperanzas porque el Señor viene para ayudarnos
aunque seamos gusanos o lombrices, pero al mismo tiempo también nos ubican, nos
hacen tomar conciencia de nuestra realidad, de lo que somos y de que no podemos
seguir confiando en nuestras propias fuerzas. La Navidad nos invita a confiar
en el Señor, en ese tierno niño depositado en el pesebre, pobre e indefenso,
pero lleno de fuerza y poder de la gracia de Dios. No le tengamos miedo,
dejemos de confiar en nuestros fuerzas, nos arrodillemos delante de él,
confiemos en él; que el orgullo se arrodille, la soberbia se doblegue para
adorar a nuestro redentor, el que hace posible todas las cosas, en el que
confiamos nuestro futuro, nuestras angustias y esperanzas.
En esta
nochebuena quiero hacer mía la oración de Jesús que dice: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo
ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los
pequeños. En este día de gozo quiero agradecer a Dios nuestro Padre por la
vida de cada uno de ustedes; agradecerle porque nos ha elegido desde nuestra
pequeñez para manifestar con nuestra vida su misterio de salvación. Y los
invito a que, desde esta pequeñez, le ofrezcamos toda nuestra vida, no nos reservemos
nada. Dios no te pide que seas grande sino pequeño y que des con generosidad
desde tu pequeñez. Que esta sea la ofrenda que pongamos a su pies a nuestro Rey
que viene a salvarnos.
Una feliz y
santa Natividad del Señor.
Fr. José Guillermo Medina,
OSA
Vicario Regional
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