A
todos los hermanos del Vicariato:
El
está donde se saborea la verdad. Está en lo más íntimo del corazón, pero el
corazón se ha ausentado lejos de él. Traidores, vuelvan al corazón y quédense
con Aquel que les ha creado. Manténganse en su compañía y alcanzarán
estabilidad. Descansen en El y hallarán sosiego (Conf. IV 18).
Volvé al corazón…Interiorizate…En
este año de la vida consagrada, en repetidas oportunidades el papa Francisco, nos
ha hecho el llamado a despertar al mundo poniendo al centro de nuestra
existencia a Cristo. Busquen, queridos consagrados, nos dice el santo Padre,
constantemente a Cristo, busquen su rostro, que El ocupe el centro de su vida,
de manera que sean transformados en memoria viviente del modo de ser y de
actuar de Jesús, como verbo encarnado delante del Padre y delante de los
hermanos.
El año de la vida consagrada
nos desafía a interiorizarnos y hacer de que otros puedan interiorizarse
también. Este es el mejor testimonio que los agustinos podemos dar a la Iglesia
de hoy y a nuestro mundo. La Iglesia nos pide hoy inquietud, interioridad. Es
tiempo de la inquietud, de salir de nuestros nidos, de renovar nuestro
encuentro personal con Jesucristo o al menos de tomar la decisión, de
intentarlo. En el discurso programático del pasado Capítulo Ordinario, les
recordaba que los síntomas que constatábamos en nuestra vida daban a entender
que lo que estaba faltando en nuestras comunidades era la interioridad, un
verdadero y renovado encuentro con Jesús y con nosotros mismos. Quisiera,
queridos hermanos, que como Agustín, nos dejemos tocar por su mano, conducir
por su voz, sostener por su gracia. No le tengamos miedo a Jesús, a
encontrarnos con él, a dejarnos conquistar por él. No le tengamos miedo a
nuestro interior, a conocernos, a asumir nuestras fragilidades e
inconsistencias. El tiempo de la interioridad es el tiempo de dejar de mirar la
paja del hermano para mirar la viga que tengo en el ojo. No tengamos miedo de
hacernos cargo de nuestra vida…de asumir nuestra propia cruz. El te ayudará a
cargarla. El verdadero discípulo de Jesús es el que es capaz de tocar la
miseria humana como lo hizo Tomás, pero en las manos del Señor Resucitado;
llagas llenas de miseria, pero sostenidas por el Señor, resucitadas por él,
llenas de su gloria. Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos
la carne sufriente…la tuya primero para luego tocar la de los demás.
Hace unos meses hemos
comenzado un camino nuevo. Dios nuevamente nos ha hecho salir para construir
algo nuevo. Pero como Abraham, descubrimos que todo es una promesa, que nada
está hecho…hay que empezar de nuevo…hay que empezar nuevamente a construir, a
levantar el edificio…mi deseo es en esta nueva oportunidad que Dios nos ofrece
podamos hacerlo cavando hondo los cimientos, que lo hagamos desde la interioridad,
que lo hagamos desde Cristo. No empecemos por los techos o las paredes, o dando
pequeños retoques…hagámoslo desde dentro, poniendo a Cristo como centro de
nuestras vidas. Busquémoslo a él. Partamos desde Cristo.
Los relatos de la
Resurrección de Jesús nos recuerdan que la comunidad nace, se construye y se
fortalece en el encuentro con él. Ellos se sienten comunidad porque se han
encontrado con Jesús y lo han puesto al centro de su existencia. El encuentro
con el Señor Resucitado nos pone en marcha, nos empuja a salir de la auto-referencialidad.
La relación con el Señor no es estática, ni intimista: Quien pone a Cristo en
el centro de su vida, se descentra. Cuando más te unís a Jesús y él se
convierte en el centro de tu vida, tanto más te hace él salir de ti mismo, te
descentra, te abre a los demás (Alégrense…p. 26), te hace ser comunidad.
De esta experiencia
pos-pascual, Agustín aprendió que la comunidad se hace de rodillas, postrado a
los pies del Maestro, metiendo las manos en sus llagas gloriosas. La comunidad
es el fruto de un largo proceso de conversión personal, de una inquietud del
corazón. En este año de Gracia el papa Francisco nos exhorta a la inquietud de
la búsqueda, como fue para Agustín de Hipona: una inquietud del corazón que lo
lleva al encuentro personal con Cristo, que le lleva a comprender que ese Dios
que buscaba lejos de sí es el Dios cercano a cada ser humano, el Dios cercano a
nuestro corazón, más intimo que nosotros mismos (Alégrense…p. 27). Pienso que
en esta inquietud esta la clave de nuestra renovación. La calidad de nuestra
vida comunitaria crecerá y aumentará si nos tomamos en serio la propuesta de
Agustín de volver al corazón, de tomar el corazón en nuestras manos. Podremos
pensar en muchas reformas, pero si no reformamos primero nuestro corazón, si no
ponemos a Cristo al centro de nuestra vida, el rostro de los hermanos seguirá
siendo opaco y se nos hará más difícil descubrir en ellos el rostro de Cristo y
los acontecimientos de la historia seguirán siendo ambiguos cuando no privados
de esperanza. Nuestra vida comunitaria necesita recuperar esta dimensión
contemplativa que hace que no nos quedemos empantanados en lo humano sino que
tengamos una mirada que saber ver y escuchar en todo la presencia del Espíritu,
y especialmente saber reconocer en el hermano la presencia de Dios. La
dimensión contemplativa nos hace ser profetas de Dios.
Para este cuatrienio nos
hemos marcado como objetivo fortalecer esta dimensión contemplativa al modo de
Agustín, poniendo nuestro acento en la interioridad y especialmente, en este
año, en la conversión del corazón. El camino de la conversión de Agustín se
abre con una conversión, con una transformación del corazón, de sus
sentimientos, de sus deseos, de sus aspiraciones, de su modo de dirigirse a
Dios como lo describe él personalmente en el libro de las Confesiones. Su
búsqueda de Dios se convierte en un primer momento en una exploratio cordis como un escalón necesario para la contemplación
de la Verdad. Imitando a nuestro Padre, invito a todos los hermanos a hacer
esta explotatio cordis, a entrar en
el corazón, a escrutarlo todo entero, a mirar en lo profundo de ese corazón
donde tenemos guardado tantas cosas, tantos sentimientos, tantos recuerdos,
tantos anhelos, tantos deseos y que Dios lo ha elegido como su santuario para
habitar en él. No tengamos miedo de entrar en nuestro santuario, de que él lo
revuelva todo y lo reacomode a su modo. Habrá muchas cosas negras, cosas que no
nos agraden, que no las queramos mirar, pero el Señor nos espera allí y es
desde allí y desde esas cosas que quiere darnos vida nueva.
La alegría de la Pascua nos
renueva y nos devuelve a la esperanza. Jesucristo ha triunfado sobre el pecado
y la muerte y está lleno de poder. La resurrección es una fuerza imparable.
Pido al Señor, y es mi deseo, para cada uno de ustedes, que esta fuerza
imparable nos inquiete el corazón y nos haga salir a su encuentro; que el
corazón se nos abra como la piedra del sepulcro, que la fuerza de la
resurrección convierta nuestros desánimos en esperanza, nuestras tristezas en
alegría, nuestros miedos y temores en valentía. Que el Señor Resucitado haga de
nuestras comunidades, comunidades inquietas, casas de interioridad, sedientas
del amor de Dios que hace que tengamos una sola alma y un solo corazón. No le
pongamos resistencia a esta fuerza que lo arrasa todo. Dejémonos llevar por
ella a dondequiera que ella desee llevarnos. No la detengas ni tampoco vos te
detengas, que el te eligió para más. Busca superarte siempre, no te conformés
con poco, mueve la piedra del sepulcro, avanza siempre más, buscá con el
corazón de Agustín, porque el que busca encuentra.
Feliz Pascua de Resurrección.
Fr.
José Guillermo Medina, OSA
Vicario Regional
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