martes, 16 de junio de 2015

Palabras del P. Vicario Regional por la Festividad de la Natividad del Señor 2014




¿No falta poco, muy poco tiempo, para que el Líbano se vuelva un vergel y el vergel parezca un bosque? Aquel día, los sordos oirán las palabras del libros, los ojos de los ciegos verán…(Is, 29-17-24).

Queridos hermanos, la llegada del Señor es anunciada en las Sagradas Escrituras como una revolución en términos cosmológicos, metafísicos y antropológicos. Todo el universo se estremece desde los astros del cielo hasta el mismo niño que dentro del vientre de Isabel salta de gozo y alegría al ser visitado por el Señor. La visita del Señor lo revoluciona todo, nos cambia la vida, nos trasforma, los sordos oyen, los ojos de los ciegos ven, los humildes se alegran porque se acabaran los insolentes y tiranos. Su presencia rompe con el orden establecido para establecer un nuevo orden y por eso quizá también nos desubica, nos desorienta precisamente porque nuestros planes no son sus planes.

La Navidad, que muy pronto celebraremos, nos desafía a dejarnos invadir por el Señor y dejarnos cambiar por él. Los santos Padres de la Iglesia hablaban de la Encarnación como έπιδημίά (que etimológicamente significa enfermedad que afecta a todo el pueblo). El misterio del nacimiento de Jesús interpretado de esta manera era vivido como una gran epidemia, una contaminación divina y sus efectos eran considerados tan devastadores y letales como los de una verdadera enfermedad. Mi deseo para esta navidad es que nos dejemos contagiar del virus de Dios. Hagamos que Dios se “viralice”, se expanda en nuestros corazones, en nuestras comunidades; que lo tome todo y lo transforme todo. No nos resistamos a su epidemia de amor, de ternura, de misericordia; dejémonos abrazar, devastar y arrasar por él; dejemos que Dios haga su revolución en nuestro interior. No le tengamos miedo al cambio, a la transformación, a la novedad de Dios, es mas, si sentimos que todas estas cosas están sucediendo, si sentimos que nuestro corazón se revoluciona, alegrémonos porque la hora ha llegado y el Señor ha comenzado a entrar en tu vida. 

La Navidad también nos recuerda que la divinización, la santidad comunitaria se alcanza haciéndonos más humano. La epidemia se apropia de lo humano y lo transforma desde adentro; toma contacto con la carne y se hace uno con ella. Seguir a Jesús es seguirlo también en su encarnación, en este acto de desprendimiento, anonadamiento, de kénosis, de entrega y donación; es seguirlo en esta apropiación de lo humano para transformarlo todo. Su encarnación le ha permitido salir de su mundo para ponerse en el lugar del otro y asumir su carne. De esta manera se ha hecho solidario; se ha hecho el buen samaritano sensible a las necesidades del hombre, a sus preocupaciones y anhelos. La Navidad, en este sentido, es el tiempo para aprender, como Jesús, a ser más humanos, a ser más sensibles y a comprometernos más con nuestros hermanos; la Navidad nos desafía a dejar de pensar desde nuestros egoísmo para vivir en la caridad que sabe anteponer las cosas comunes a las personales, que sabe de sacrificios, de paciencia y de tolerancia, que sabe de dolor. Mi deseo es que la presencia de Jesús en medio de nosotros nos haga más humanos, más fraternos y que la epidemia del Señor haga de nuestras comunidades más humana, comunidades de carne, más sensibles y fraternas. No me canso de repetir, nos dice el Papa Francisco en su carta por el año de la Vida Consagrada, que la crítica, el chisme, la envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho a vivir en nuestras casas. Pero, sentada esta premisa, el camino de la caridad que se abre ante nosotros es casi infinito, pues se trata de buscar la acogida y la atención recíproca, de practicar la comunión de bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con los más débiles[1]...La encarnación nos invita a hacer de la caridad nuestro camino. Vivamos, hermanos, en la caridad; dejemos que ella, que está tocando a nuestras puertas, entre en nuestras vidas y en nuestras casas; dejemos que el amor de Dios se derrame en nuestros corazones como el rocío a la aurora. Sean, pues, hombres de comunión, háganse presentes con decisión allí donde hay diferencias y tensiones, y sean un signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la pasión de que todos sean uno (cf. Jn 17,21). Vivan la mística del encuentro: la capacidad de escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método…[2] Deseo que el encuentro del Señor nos lleve a encontrarnos con nosotros mismos y entre nosotros y  a vivir esa mística del encuentro que como el venida del Señor también nos cambia la vida, nos hace ver las cosas de modo diferente porque ya no lo hacemos solamente desde nosotros sino también desde la periferia desde donde el dolor de mi hermano es mi dolor, su alegría es mi alegría, sus anhelos son los míos.

No temas, yo vengo en tu ayuda. Tu eres un gusano, Jacob, eres una lombriz, Israel, pero no temas, yo vengo en tu ayuda…(Is 41,13). Las palabras del Profeta nos llenan de esperanzas porque el Señor viene para ayudarnos aunque seamos gusanos o lombrices, pero al mismo tiempo también nos ubican, nos hacen tomar conciencia de nuestra realidad, de lo que somos y de que no podemos seguir confiando en nuestras propias fuerzas. La Navidad nos invita a confiar en el Señor, en ese tierno niño depositado en el pesebre, pobre e indefenso, pero lleno de fuerza y poder de la gracia de Dios. No le tengamos miedo, dejemos de confiar en nuestros fuerzas, nos arrodillemos delante de él, confiemos en él; que el orgullo se arrodille, la soberbia se doblegue para adorar a nuestro redentor, el que hace posible todas las cosas, en el que confiamos nuestro futuro, nuestras angustias y esperanzas.

En esta nochebuena quiero hacer mía la oración de Jesús que dice: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños. En este día de gozo quiero agradecer a Dios nuestro Padre por la vida de cada uno de ustedes; agradecerle porque nos ha elegido desde nuestra pequeñez para manifestar con nuestra vida su misterio de salvación. Y los invito a que, desde esta pequeñez, le ofrezcamos toda nuestra vida, no nos reservemos nada. Dios no te pide que seas grande sino pequeño y que des con generosidad desde tu pequeñez. Que esta sea la ofrenda que pongamos a su pies a nuestro Rey que viene a salvarnos.

Una feliz y santa Natividad del Señor.  




Fr. José Guillermo Medina, OSA
Vicario Regional




[1] Carta Apostólica Del Santo Padre Francisco A Todos Los Consagrados Con Ocasión Del Año De La Vida Consagrada.
[2] Idem

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